Una escena de la película «Ladrón de bicicletas»
El 28 de septiembre de 1944, en la Roma ocupada por los Aliados, a Luigi Bartolini le robaron la bicicleta que había dejado un momento descuidadamente contra la pared, después de haberse bajado a buscar betún para zapatos en una tienda. En una sociedad preautomovilística de masas y, además, con un combustible muy racionado, la bicicleta es un bien casi vital, en un momento en el que “entre el norte de Italia -el mayor proveedor de bicicletas- y la Italia liberada, hay una barrera de fuego y dos ejércitos extranjeros enfrentados unos contra otros”. Pero, desesperado y testarudo, el comienza a buscar en los “alrededores de Campo de’ Fiori, una cueva de ladrones antiguos y nuevos, centuplicados. Via dei Baullari, Via dei Coronari, Vicolo del Cinque; allí están las guaridas, las casas, las tabernas, los bares, las tiendas, los armarios, los burdeles, los receptáculos de los ladrones”.
Finalmente reencuentra su bicicleta. Como es un intelectual con un mínimo de relevancia, pintor y escritor, decide celebrarlo, incluso con una novela autobiográfica. Ladri di biciclette es el titúlo. “Ladrones de bicicletas”. Evidentemente el momento no es el más propicio para el mercado del libro, y el librito pasaría desapercibido si no fuera porque un ejemplar fue entregado a Cesare Zavattini, quien convenció a Vittorio De Sica para convertirla en una de las películas más famosas de la historia del cine (https://www.youtube.com/watch?v=f0I3mm8USEo). Ladri di biciclette en italiano, Ladrones de bicicletas en España y Chile y Argentina, Ladrón de bicicletas en el resto de Hispanoamérica, Bicycle Thieves en inglés, Le Voleur de bicyclette en francés, cuatro años después de su estreno, la revista de cine británica Sight & Sound la consideró la mejor película de todos los tiempos.
En 1958 fue declarada la segunda mejor película de la historia en el Confrontation de Bruselas, por un jurado internacional de críticos. Ladrones de bicicletas fue posteriormente incluida, como obra representativa, en la lista de las 100 películas italianas a salvar, y además fue clasificada en la cuarta posición en “Las 100 mejores películas del cine mundial – Las mejores películas no en inglés” de revista Empire. Además, la revista estadounidense Rolling Stone la situó en el puesto 55 de su ranking especial de las cien mejores películas del siglo XX. Es el mayor símbolo de ese cine neorrealista que en realidad fue inventado por necesidad. El uso de rodajes callejeros en lugar de estudios de sonido, la presencia masiva de actores no profesionales, el reciclaje de películas caducadas eran, de hecho, sobre todo las consecuencias de un país destruido por la guerra. Pero había dado origen a una estética que había emocionado al mundo entero.
Curiosamente, a excepción de los propios italianos, que, viviendo en un país reducido a la miseria y la ruina, habrían querido ver en el cine películas que les hicieran escapar de esa situación, en lugar de recordársela. Ése era el tipo de película que preferían los italianos antes de la guerra. Comedias ligeras ambientadas en la alta sociedad que han sido definidas como “cine de teléfonos blancos” por la presencia de teléfonos blancos en las secuencias de las primeras películas producidas en este período, símbolo de bienestar social. Un símbolo de estatus diseñado para marcar la diferencia con los teléfonos “populares” de baquelita, más baratos y por lo tanto más difundidos, que en cambio eran de color negro. Otra definición que se da a estas películas es el de cinema déco debido a la fuerte presencia de objetos de decoración que recuerdan el estilo déco internacional, en boga en aquellos años.
De hecho, Vittorio De Sica había sido una estrella de este tipo de cine, antes de convertirse en un pionero del neorrealismo después de la guerra. Su primera película del género, Sciuscià (https://www.youtube.com/watch?v=mBGIdmCXQnE), sin embargo, fue un fracaso comercial, aunque muy elogiada por la crítica y premio Oscar. De Sica quiso hacer esta segunda película a toda costa, hasta el punto de invertir su propio dinero en su producción. En realidad, esta vez tampoco gustó a los italianos. El público del cine Metropolitan de Roma no recibió bien la película, de hecho exigieron la devolución del coste de la entrada. Pero fue más bien un triunfo en París, con la presencia de tres mil figuras de la cultura internacional. Entusiasmado y conmovido, René Clair abrazó a De Sica al final de la proyección, iniciando el éxito mundial que más tarde tuvo la película, con cuya recaudación el director pudo finalmente pagar las deudas contraídas por la producción de Sciuscià.
En Italia, sin embargo, los productores y directores tuvieron que enfrentarse a la realidad de que a la gente no le gustaban estas películas tristes Con un compromiso que era bastante típico del carácter nacional, el neorrealismo se fusionó con la antigua commedia dell’arte en un nuevo género que se llamó “Commedia all’italiana” y que aún perdura. Era un cine que también intentaba hacer denuncia social pero también hacía reír y que, imbuido de optimismo, se parecía más a un país en rápida recuperación económica. El propio Vittorio De Sica se convirtió en protagonista con el papel del mariscal de los Carabinieri en Pane, amore e fantasia (https://cutt.ly/bwTpUV62). El comienzo de una serie que en un momento incluso aterrizó en España (https://www.youtube.com/watch?v=OWEKiR5qYjU).
Entre los italianos a los que no les gustó la película se encontraba el propio Bartolini, según el cual la adaptación había masacrado su libro. “Quería que una aventura sencilla y honesta destacara en el escenario del cine sobre un hecho que le podría pasar a cualquiera, como es el robo de una bicicleta”, explicó. “La belleza debería haber consistido en demostrar que los ladrones no siempre consiguen ganar al hombre honesto, y que, en definitiva, incluso los hombres honestos poseen una nariz fina y el coraje físico necesario para entrar en la en la piscina de las putas de la Vía Romana del Pánico. No oscurecer el tono, sino moralizar las acciones comunes”.
Como en el juego de espejos de Borges, la novela desconocida Ladri di biclette adaptada y traicionada por la famosa película Ladri di biciclette se convierte en el punto de partida de este ensayo Ladri di biciclette sobre “La Italia ocupada, la guerra civil 1943-1945, la memoria reticente”. Periodista que dirigió la información parlamentaria de la Rai, el Centro de Formación y la Escuela de Periodismo de Perugia, pero también vicepresidente adjunto de la Fundación Ugo Spirito y Renzo De Felice y asesor del Instituto Abruzos para la Historia de la Resistencia y la Italia contemporánea, Gianni Scipione Rossi (https://www.youtube.com/watch?v=KgqyTd-FyB4) también ha dedicado numerosos libros (https://cutt.ly/5wTpUkWD) a las historias de personajes que, a su pesar, se encuentran a caballo entre el fascismo y el antifascismo. Sobre todo Attilio Tamaro: diplomático expulsado por el régimen fascista pero luego testigo desilusionado de la Italia bajo control aliado, que de hecho se estudia masivamente aquí. Pero otros diarios, revistas, memorias e incluso películas ayudan también a reconstruir una época terrible en la que una minoría respondió lanzándose contra los bandos opuestos de esa feroz guerra civil entre fascistas y antifascistas que se produjo Durante la Segunda Guerra Mundia, de 1943 a 1945 y a la que, por ejemplo, se refieren los libros de Fenoglio (https://cutt.ly/HwTpUYQa). La mayoría intentó sobrevivir manteniéndose al margen como escribió Césare Pavese en La casa en la colina de Pavese (https://amzn.to/3sqBzmD). Los intelectuales, casi en su totalidad, no encontraron otra manera de darle sentido a lo que ocurría con una metáfora colosal de camuflaje de las luces y sombras de la época. Este ajuste de cuentas con el pasado en realidad todavía no ha sido posible, aunque en este libro también habla de quienes lo han intentado.